No me pasaba por aquí desde el día siguiente a mi santo, pero no desde este 7 de febrero, sino desde del de hace casi 3 años. En ese momento sentí el deseo de compartir con quién me quisiera leer “Lecciones de Vida en sitios insospechados”. Marc, sin saberlo ni pretenderlo, me regaló la media hora de espera médica más ilustrativa de mi vida, ¡Gracias Marc! Han pasado casi 1.000 días desde entonces y me gusta pensar que en cada uno de ellos, aunque muchas veces de forma inconsciente, he aplicado parte de aquel aprendizaje.
El otro día vi un story sobre un discurso que dio William McRaven, William es un comandante de operaciones especiales del ejército de los Estados Unidos. Probablemente muchos lo habréis visto, así que no voy a extenderme pero sí quiero resumirlo para contextualizar. El discurso empieza con un prometedor “Si quieres cambiar el mundo, empieza por hacerte la cama”. Lo argumenta diciendo que esa será la primera tarea de un montón que podrás hacer durante el día, empezar de esa forma te da la satisfacción de haber cumplido con tu primer objetivo del día, además refuerza la afirmación de que “las pequeñas cosas importan”, si no eres capaz de comprometerte a hacer pequeñas cosas, no serás capaz de afrontar objetivos más ambiciosos que te plantees. Además, en el caso de que hayas tenido un mal día, una cama bien hecha siempre te ayudará a descansar mejor para afrontar las oportunidades que nos dará el día siguiente.
Yo no sé si hacerse la cama es la solución para cambiar el mundo, pero coincide que es el primero de mis hábitos diarios para activar mi cuerpo. También tengo claro que lo que funciona para uno no tiene porque funcionar para otro, pero para todos es clave dedicarnos unos minutos a la semana, si puede ser al día mejor, para escuchar a nuestro cuerpo. No sé si a eso se le llama meditación pero me da lo mismo, creo que conocerse a uno mismo es la llave de la felicidad, no solo la nuestra sino también la de nuestro entorno. Y no todo el mundo se dedica el tiempo que debería. No permitamos que nos engulla el corto-placismo, las prisas, la inmediatez en todos los sentidos que nos venden por todos lados haciéndonos olvidar, o dejar para la última de las prioridades, el origen de todo, lo más valioso, a nosotros mismos.
Volviendo a mis hábitos y a mi activación, lo siguiente que hago es dar un paseo en ayunas, durante el paseo no solo “estiro las piernas”, también “despejo la cabeza”, me sumerjo en mis pensamientos o simplemente no pienso en nada, esto último es en muchos momentos la clave para mantener mi paz interior. Lo sé, que difícil es no pensar en nada!!! También puede valer desviar nuestra atención hacia cualquier otro pensamiento, porque todos sabemos que la cabeza va por libre, pero podemos aprender a gestionarla.
Pero vamos a seguir paseando, en mis paseos tengo dos reglas: la primera es no mirar el móvil, la segunda es mirar al cielo. Ambas me desconectan del mundo terrenal, pero además la segunda me ayuda a coger perspectiva, me recuerda que soy un afortunado y me pone en mi sitio de un plumazo! Viendo la inmensidad del cielo nos damos cuenta de lo insignificantes que somos y este punto, bien enfocado, minimiza al máximo también nuestras preocupaciones y las coloca en un horizonte temporal tan corto que hace que pierdan relevancia. Aquello que hoy puede preocuparte, pero que sabes que no lo hará dentro de un año, no merece la pena tildarlo como “problema”. Y enredado en mis pensamientos es cuando tomo también consciencia de que tengo un poder, todos lo tenemos, el poder de mejorar la vida de quienes tenemos cerca. Pero todo poder lleva consigo una responsabilidad. Y la responsabilidad la enlazo con la paz interior que cada uno debemos buscar, con priorizarnos y con darnos el tiempo que nos merecemos.
Muchas veces no somos conscientes de ello, pero nuestro poder es tan potente que puede cambiar vidas, no solo en la manera con la que afrontamos lo que la vida nos va deparando, sino incluso en la mera forma con la que nos comunicamos con los que nos rodean. Me viene ahora a la cabeza una historia real en la que a un niño le dieron un sobre cerrado en su colegio, era una nota para su madre. El niño, al llegar a casa le entregó la nota a su madre, su madre abrió el sobre y a la pregunta de su hijo sobre el contenido le respondió leyendo entre lágrimas: “Su hijo es un genio, esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos buenos maestros para enseñarle, solo su madre puede enseñarle cosas nuevas”. Años más tarde, cuando su madre falleció, el niño convertido no solo en hombre sino en un científico que cambió la historia de la humanidad, encontró la nota y conoció el texto real de la misma: “Su hijo está mentalmente enfermo y no podemos permitirle que venga más a la escuela”. El científico inventó entre otros: la bombilla, el telégrafo, el fonógrafo, la batería de níquel que sirvió para crear el primer coche eléctrico!!!…Sí, Edison fue aquel niño al que la actitud y la forma de comunicar de su madre le cambió la vida a él y a la humanidad. Imaginad lo distinto que hubiera sido todo si su madre se hubiera limitado a leer la nota sin ponerle “actitud” al asunto…
Volvamos al cielo, os habéis fijado que según desde donde lo estéis mirando parece distinto? el cielo que vemos en la ciudad, el del campo, el cielo desde una montaña nevada, desde un avión o desde un velero…pues no os olvidéis que es el mismo cielo y sí, seguro que hay ubicaciones que hacen que el cielo nos muestre su mejor cara, pero lo que realmente cambia es nuestra forma de mirarlo y el tiempo que le dedicamos.
Como le comentaba a una de las personas que más me ha ayudado a crecer en el último año, esto no va solo de bailes y risas, la vida nos pone en situaciones de todo tipo y lo que nos diferencia es nuestra actitud ante ellas. Que no nos falte actitud, afrontemos lo que nos espera con nuestra mejor mirada y, por supuesto, que no se nos olvide mirar al cielo…